Su vida ya estaba |
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marcada por muchos acontecimientos adversos, eso precisamente debería de ayudarlo a comprender, que no todo puede ser nefasto. Cada quien, aunque a veces tarda y otros no lo logran, tienen un deber por cumplir y un sueño por realizar; él no iba a ser la excepción a la regla. Por esos días estuvo bajo el cuidado de la señora Clara, alguien que era mayor en edad, y no le gustaban los niños bajo ninguna causa. Por eso nunca los tuvo, se dedicaba a velar por las necesidades del sacerdote. Por lo que ella con sus gruñidos lo intentaba, era evidente su desagrado, además le temía a Juan, un niño de escasos cinco años. Por esa razón, sabiendo que Clara no cambiaría de opinión; menos su temor, que era notorio desde que lo conoció. Le quedaba, que aceptaran la petición de cuidarlo en un instituto, para niños de su condición, - orfandad -. Ciertamente, pensaba que, entre la superstición, los miedos cobran importancia; esforzarse por modificarlo. A pesar de las evidencias o la ausencia de ellas; todo es inútil, si las personas no ponen de su parte. Lamentable o no, para el padre Alejandro no estaba aún listo, un lugar con esas condiciones, por lo que Juan vivió por un tiempo bajo su protección, y en manos de Clara. Mujer de poca paciencia… Reflejo que constaba en su rostro, aunque inexpresivo, siempre estaba lleno de enfado. El hecho de tener que atender a un niño, que no se sabía que podía contener, se le hacía casi insoportable. Para Alejandro, fue interesante ver el proceso de Juan, conoció las escasas palabras que logró articular. Él no era un niño de muchas expresiones, tampoco sonreía mucho, o jugaba como otros niños de edades similares. Siempre retraído, ensimismado, distante, como si se detuviera a observar minuciosamente, cada cosa que veía o estaba en su entorno. Juan aprendía rápido, a veces el padre Alejandro, lo sacaba a que tomara aire fresco, jugara con niños de su edad, pero los padres de esos infantes no lo permitían. E incluso en muchas ocasiones, lo rechazaban abiertamente, por lo que decidió, que lo mejor es que se mantuviera lejos de todo eso, para evitarle un daño emocional. Cuando tenía tiempo acostumbraba hablarle mucho, siempre sentía que le entendía. Sin embargo, él poco pronunciaba, se quedaba mirándolo atento, observaba gestos, el tono de voz, la manera en cómo se paseaban de un lado a otro para dirigirse a él. (pp. 33 – 35) --- Durante el día, se mostró inquieto, nervioso a la expectativa, no percibía ninguno de los detalles de su exposición, ni le interesaba nada; excepto lo que quería y deseaba fuera posible. Le hicieron muchas preguntas, sobre su interés por esos temas, su percepción de los colores; mencionó que ya han investigado este fenómeno, personajes como Goethe y Kandinsky. Quienes consideraron que los colores podían permitir la transmisión de emociones; al igual que crear del mismo un signo frente a la luz. Sobre quien lo plasma y el observador. Aunque intentó desglosar, el ¿por qué del uso de sus colores en particular?, en el fondo poco le importaba, lo que él estaba hablando; y si lo que la otra persona, estaba escuchando era coherente. Días después surgió un artículo, sobre esa conversación. Esa que sostuvo con ese individuo; resultó ser, que él era un periodista; y Juan no lo notó, ni vio su acreditación. Ni siquiera se fijó, en cuales de sus amigos le acompañaron, ni que por lo menos Helen, estuvo apoyándolo, ciento por ciento ese día. Ni tampoco, cuanto ella fue una parte elemental, en la organización de la misma. Helen aún conservaba la esperanza, de que Juan cambiara de opinión; lo haría como siempre a su manera, con mucha persistencia. Juan se sentó, en el sitio de su exposición, triste en su interior, por no tener noticias. Intentaba pensar en otras cosas, entre ellas, si llevar o no a los niños, que él les enseñaba. Creía que el aprendizaje, debería ser de otra manera, para poder apreciarlo; necesitaban descubrir todo lo que hay en ellos, sin inhibiciones, ni temores, por una desaprobación. Quería que formaran su propio criterio, uno amplio, flexible y analítico, frente a todo su entorno, con una mirada más humana, menos técnica; y a lo mejor, Camilo le ayudaría más con ese proyecto. En ese instante, en el que se encontraba, entre sus reflexiones… Llegó una niña que, a simple vista, se le juzgaría como tierna y juguetona, con una gran sonrisa. Le preguntó, - ¿sí él era Juan? - Al confirmarle, la niña dejo ver, lo que llevaba en su mano derecha… - era una margarita – (pp. 156 - 158) |